En un mundo en el que las prisas se han convertido en la norma, trabajar con plantas puede parecer un soplo de aire fresco. Mientras nosotros queremos ser cada vez más rápidos, las plantas siguen tranquilamente sus propios ritmos. Crecen despacio, florecen cuando les conviene y se toman descansos estacionales sin importarles nuestras apretadas agendas. Quienes se fijan de verdad en las plantas descubren que no sólo son verdes, sino también espejos. Nos muestran lo que significa experimentar el tiempo de otra manera. No en días o semanas, sino en meses y a veces años.
Crecer con atención
Una planta no crece porque sí. Por muchos cuidados que le dediques, algunas cosas llevan su tiempo. El proceso es lento, pero por eso mismo intenso. Cada avance, por pequeño que sea, cobra sentido. Una hoja nueva tras semanas de silencio. Una raíz que se estira lentamente. Los primeros signos de un capullo de flor, que puede que no se abra hasta meses después. En lugar de decepcionarse por lo que aún no existe, se aprende a apreciar lo que está sucediendo ahora. Los que viven con plantas ven el progreso de otra manera. Menos como algo que tiene que suceder rápidamente y más como algo que realmente tiene que crecer.

El poder del descanso
Cuando cambian las estaciones, muchas plantas se retiran. Se les caen las hojas, dejan de crecer e incluso parecen decaer. Sin embargo, esto no es una pérdida. Esta calma es necesaria para que las plantas vuelvan a florecer más adelante. En nuestra sociedad, a menudo vemos el tiempo de inactividad como algo negativo, como si siempre tuviera que ocurrir algo para ser valioso. Las plantas demuestran que el descanso es una parte indispensable de cualquier proceso. No todo tiene que ser siempre visible. Lo que ocurre bajo la superficie también cuenta.

La desaceleración como actitud ante la vida
Quien aprende a convivir con el ritmo de las plantas descubre lo liberador que es no querer siempre acelerarlo todo. Al observar el lento desarrollo de una planta, también cambias imperceptiblemente tu propia perspectiva. Te vuelves menos impaciente, menos centrado en los resultados inmediatos. Aprendes a esperar sin inquietud. A las plantas no les preocupa ser más rápidas, más eficientes o más. Lo que les preocupa es llegar justo a tiempo a sus propios ritmos. Y ésa es quizá la lección más hermosa que nos enseñan.

Un ojo para el detalle
Al trabajar con plantas, se desarrolla un ojo más agudo. Empiezas a prestar atención a los cambios sutiles. Una ligera decoloración de una hoja, un nuevo brote, una pequeña grieta en una flor. Lo que antes pasabas por alto sin darle importancia, ahora le ves el significado. Esta atención se abre camino en tu vida cotidiana. Empiezas a mirar más conscientemente, a pensar con más calma y a dedicar más tiempo a las cosas que importan. Las plantas te obligan a vivir más despacio y, precisamente por eso, ves más.

Un alegato a favor de la lentitud
Las plantas no siguen nuestras agendas. Crecen cuando les conviene y florecen cuando se dan las condiciones adecuadas. A veces tras semanas de espera, a veces tras años. Esta lentitud no es frustrante, sino curativa. En lugar de tener que seguir siempre adelante, las plantas te permiten experimentar que también hay poder en la espera, en no hacer nada, en simplemente ser.
La paciencia no es un lujo ni un pasatiempo para gente con mucho tiempo libre. Es una forma de vida necesaria si quieres estar en contacto con lo que realmente importa. Las plantas te enseñan que algunas cosas no tienen por qué ser más rápidas, y que vivir más despacio a veces en realidad te acerca más a ti mismo.
